lunes, 22 de marzo de 2010


Hoy lunes, largo día de trabajo. Por la mañana, en el tren, he estado reflexionando sobre cómo debe ser nuestro comportamiento en tiempos de catástrofe moral. He visto claramente la dignidad de los santos, que sufrieron situaciones semejantes a las que vivimos hoy los cristianos. Esta dignidad se basa, creo, en que por mucho que el mal se extienda y prospere a nuestro alrededor, los cristianos no perdemos la libertad interior. Es decir, nada me vulnera ni me hiere íntimamente si yo no peco, si no me hago cómplice. Así, mi salvación está en permanecer en la verdad de forma intachable, en estar en el mundo pero sin participar en sus males, antes bien subsanándolos, principalmente de manera sobrenatural.
Es decir, nunca perderé mi libertad interior absoluta si no peco, aunque me cueste la vida.

Después, camino del colegio, hice el alto acostumbrado en el jardín botánico. Me entretuve contemplando el hermoso acanto. Hay un mirlo negro y amarillo (un macho) que siempre que me ve emite un melodioso trino. Lo llamo el mirlo de las nueve menos cuarto, porque siempre lo encuentro a esa hora posado sobre el mismo pino.

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