jueves, 27 de mayo de 2010

Cristo, Escucha


Presta oído, Señor, a mis palabras (Sal 5, 2) Quien hace lo malo y aun así tiene valor para decir: presta oído Señor, a mis palabras, ¿puede tener en su corazón la confianza que procede de Aquel que escucha, que sabe escuchar como nadie sabe? No, la falta de confianza agita, preocupa, promueve palabras, peticiones de escucha vacías, fatuas, heladas.

En el fondo preferimos, a veces, que el Señor tenga los oídos cerrados. Que no escuche lo que dice nuestro corazón. Presta oído, Señor a mis palabras. Yo quiero hablar al Señor del clamor de mi corazón, y no me falta confianza en Él aun siendo de barro. En las Escrituras, enseña San Jerónimo, el clamor no es propio de la voz, sino del corazón. Cuando pedimos al Señor que escuche nuestras palabras, nos referimos a las palabras de nuestro corazón, que lo anhela.

Dice el Señor a Moisés: ¿Por qué me andas llamando a gritos? (Éx 14, 15) Quien grita lo hace con la voz, no con el corazón, no con el corazón que mira al corazón de Dios, que es Cristo, el que escucha.

Nosotros queremos clamar a Cristo, enfocar nuestro corazón a Cristo, que escuche la voz de nuestro corazón. La voz de nuestro corazón es la voz de nuestro querer, de nuestra voluntad. Pedimos entonces al Señor querer lo que Él quiere. identificar nuestra voluntad con la suya, que mira a la del Padre. Pedimos que nuestra voluntad hable de cuánto le amamos y queremos imitarle.

Escucha mi voz al amanecer (Sal 5, 4) Cuando la luz comienza, venciendo las tinieblas. Cuando nuestra voluntad se yergue hacia el Espíritu, que es la Luz. Nos escucha cuando vamos a iniciar una buena obra, cuando orientamos la voluntad a Él, cuando el corazón le llama con amor. Y el Señor escucha y envía su fuerza, y ponemos la acción por obra, el corazón contesta y actuamos en Él.

"Tú no eres un Dios a quien le guste la iniquidad" (Sal 5, 5) Nos escucha cuando la luz orienta nuestra voluntad hacia Él. No nos escucharía si no es porque el corazón amanece en Él a través de una buena obra.

En el corazón del que grita no puede habitar la verdad. No es el grito el clamor del corazón que Él escucha. En boca de aquellos no está la verdad (Sal 5, 10). ¿De quien? de aquellos que al llamarle, y piden su escucha, no tienen su voluntad orientada hacia su Amor. Aquellos que piden al Señor les escuche al anochecer, a la hora de su mala acción, le gritarán para obligarle a escuchar.

Alégrense, en cambio, todos aquellos que a la hora del amanecer pusieron en Él su confianza (Sal 5, 12) Pues sin ninguna duda les escuchará.

Alegrémonos a la hora de hacer el bien. Pues Cristo escuchará el clamor de nuestro corazón y nos enviará su fuerza para darle gloria.

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