martes, 11 de mayo de 2010

Cristo, Palabra


Vivimos en un mundo de formas, figuras imprecisas, reflejos de espejos, imágenes sin voz. Las líneas y los volúmenes del mundo nos rodean, nos desbordan. He aquí que, en medio de este mundo de imágenes arrolladoras ( en la red, en la vida real, en el tráfago de los quehaceres y en el trajinar de todos los días); he aquí que Cristo, el Verbo, la Palabra, es imagen perfecta de Dios, icono de lo absoluto, imagen que nos habla, que es Verbo. Cristo es el rostro de la Palabra.

Cristo debe acompañarnos a lo largo del día. Una forma de su presencia es la meditación constante de la Palabra de Dios, de la Sagrada Escritura, de acuerdo al espíritu con que fue escrita, el Espíritu que es amor del Padre y del Hijo, el mismo Espíritu que guía a la Iglesia, icono del Cristo Total.

Memoricemos pasajes, versículos de la Escritura. De los salmos, del Evangelio, de las cartas apostólicas... de todo cuanto podamos aprender. Tenerlo en la mente nos sirva de resorte para que Cristo, la palabra, surja cuando sea necesario, en medio de este torrente de imágenes sin palabras en que vivimos. Y que broten espontáneamente de nuestra memoria a nuestra mente, a nuestros labios, a nuestra voz, y alimenten nuestro día.

Y no dejemos de acudir diariamente a la Fuente, al Río de la Vida, a la Sagrada Liturgia. Allí la Sagrada Escritura, la Santa Biblia, se hace imagen del Pan. Cristo vivo, el Verbo eterno e increado, da vida a la Palabra. Las Escrituras cobran voz humana en la celebración. la palabra increada y eterna se hace audible, penetra en nuestros oídos, en nuestra alma, en todos los resquicios de nuestro ser.

Y Cristo, voz del Padre, se acerca a nuestro cuerpo mismo, a nuestra boca, a nuestra garganta, para hablar por nosotros...

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