martes, 18 de mayo de 2010

Cristo, Imagen del Padre

La Encarnación del Verbo produce un saltus ontológico, una dimensión absolutamente nueva . Introduce lo divino en la materia misma.

El culto de dulía respeta la sacralidad de la materia sobre la que se cierne el Espíritu.
La materia es buena, todo cuanto hace Dios es bueno. Vemos a Dios tras la materia, (no en la materia, sino tras ella, como Creador) y descubrimos que todo lo creado es bueno y puede servir a Dios. Esto es el culto de dulía, ver las cosas santas, las personas santas como sirvientes de Dios, y respetarlas por ello. . Permite encontrar al Dios tres veces santo detrás de todo lo que existe, y en especial, detrás de todas las cosas santas, que se convierten en signos de Dios.

Las cosas de Dios, las cosas que sirven a Dios, las personas santas que sirven a Dios... a todas debemos venerar, respetar, amar con sentido de dulía. Vivimos en un mundo de entes. Cuando el Espíritu se cierne sobre el ente, el ente queda sacralizado. Al ente sacralizado se le debe respetar en cuanto que sirve de instrumento a Dios.

la Encarnación implica que Dios se une a la materia. Lo cambia todo: el Verbo llega incluso a tocar el cuerpo del creyente en la Santa Eucaristía. La Encarnación del Verbo purifica el mundo de las cosas creadas porque concilia lo divino con la materia, que pasa a ser esclava del poder divino. El culto de dulía es respetar lo sacro, venerarlo como instrumento de Dios, no en sí mismo sino en cuanto instrumento de Dios.

Dulía viene de duleia, servidumbre, derivado de dulos, esclavo. Representa ese amor que debemos tener a todo cuanto SIRVE a Dios, a todo cuanto muestra esa dependencia, esa esclavitud de Dios.

Entre el culto de dulía y el culto de latría existe la misma diferencia que existe entre criatura y Creador. Una diferencia enorme.

Amamos la imagen de la Virgen, pero no le damos el culto que damos al Dios Verdadero. Le damos culto de dulía porque la Virgen, sierva de Dios, nos conduce como instrumento divino a Dios.
La imagen de madera no es la Virgen, representa la Virgen. Vemos a la Virgen como a una criatura de que se sirve Dios para ayudarnos, en este mundo de criaturas, a remontar el vuelo hacia Él. Su imagen sacra nos re-presenta a la Virgen, y la Virgen nos conduce a Aquel a quien miramos, fijos los ojos, a Cristo.

Este respeto a lo santo nada que ver tiene con la idolatría.

Dios Todopoderoso cierne su Espíritu mediante su Voz: dice: Hágase, y se hace.
Es la voz de Dios la que cierne el Espíritu sobre la criatura y la sacraliza. Esa Voz es Cristo.Y al cernir su Espíritu mediante la Palabra, que nombra las cosas y las hace nuevas en Él, sacraliza todo aquello que pronuncia, y todo lo que es cernido espiritualmente, pronunciado por el Verbo de Dios, pasa a ser digno de ser amado como a algo santo, pues de Él procede su novedad, que es esa nueva esencia, su sacralidad.
Ese respeto a lo sacralizado, a esa forma de hacer nuevas (pronunciadas por el Verbo) todas las cosas, ese respeto a todo sobre lo que Dios cierne su Espíritu es el culto de dulía, el amor y veneración a todo de cuanto se sirve Nuestro Señor para atraernos hacia su seno infinitamente amoroso.

Cristo hace nuevas todas las cosas, también las cosas materiales, los elementos, los retratos de los seres queridos, el terreno que pisamos, las imágenes que besamos con inefable amor... Cristo es la Voz de Dios que pronuncia el nombre nuevo de las cosas y al nombrarlas las sacraliza y las hace siervas de Dios.

Cristo hace nueva a la materia misma! Cristo hace nueva la imagen y el ser de todas las cosas sobre la tierra, encaminándolas, en pura servidumbre, a Dios mismo. ¿Cómo no amar y tener en consideración, en sagrada consideración, a todo aquello que Cristo pronuncia y hace nuevo, desde el aceite al agua, desde el fuego del cirio pascual al rosario que apretamos entre los dedos; y en un plano superior, desde los ángeles de luz que le sirven hasta las personas santas de que se sirve en su infinita sabiduría.

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