miércoles, 26 de mayo de 2010

Cristo, LLamada


Desde toda la eternidad, Señor, Tú sabías mi nombre. Mira, estoy aquí, escribiéndote, porque me has llamado. Estaba tan tranquilo dejándome llevar por mí mismo como un árbol que camina. Tú me estás siempre llamando. Y me empecino en ser un árbol que camina. y Tú me llamas a dar mucho fruto.

Ya no quiero caminar por el borde del río. Entras en mi casa, me miras. Sígueme, te escucho. Y te sigo. Ya no quiero ser lo que no puedo ser, quiero ser lo que me pidas. Quiero dar mucho fruto y ser un árbol plantado junto al Río de Agua Viva.

Cuando llamas te abro. Podría no abrirte. Pero llamas con tus nudillos y dices mi nombre y ya no puedo querer otra cosa sino abrirte y lanzarme a tus pies. Porque te adoro con profunda reverencia.

¿Quién me ha tocado? (Marcos 5, 30)
Acaso Tú, Señor, ¿no sabías quién te había tocado? Claro que lo sabías. ¿Para qué entonces las buscabas y preguntas quién ha sido? ¿Para qué entonces llamas a mi puerta preguntándome si estoy? ¿No sabes que estoy dentro, que la tengo abierta, que quiero que entres y seguirte? Tú querías que aquella mujer pusiera de manifiesto por sí misma su fe. Quieres que yo te reconozca y te conteste por mí mismo cuanto te amo.

Se postró ante Él y confesó toda la verdad (Marcos 5, 34) Mírame, Señor, mira los pasos que doy. Me es suficiente abrazarme a tus pies y confesarte la verdad: Tú eres mi Señor, mi Salvador. Quien entra en mi casa y lo dejo todo y te sigo... para dar mucho fruto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario