domingo, 25 de diciembre de 2011

En que se expone el semblante del cazador

IV. DE JUAN NAVARRO EL CAZADOR


Dijeron adiós a la cruz de hierro y volvieron a entrar en el coche. Ahora venía el tramo de paisaje más hermoso. Acantilados en flor, el monasterio trapense en ruinas, la pendiente de los abetos...

Pero quiso renunciar a contemplar esa belleza, y decidió mortificarse para ofrecerlo al Señor por su cuñado. Así que cerró los ojos y no quiso ver nada.

Juan le estaría esperando. Hacía tanto que no le veía. Una persona difícil, alejada de Dios y de la Iglesia. El marido de su hermana era un hombre duro y feroz, de trato difícil, acostumbrado a la intemperie y a enfadarse con Dios.

Cuando el coche arrancó y atravesaron la puerta del acantilado, cerró los ojos sin que se dieran cuenta, y renunció al paisaje por la conversión de su cuñado.

El coche dejó a la derecha la pendiente de los abetos, donde Juan cazaba y se escapaba de montería. Desde la casa de su hermana se escuchan sus disparos como si estallasen allí mismo.


Juan Navarro era un hombre obstinado. No había talento natural que no hubiera malgastado, ni tiempo que no hubiera perdido. Juan Navarro era un hombre de esparto, admirador de sí mismo, amante de sus errores, corazón correoso y seco presto a prenderse, de ánimo hirsuto e imprudente como una escombrera de rastrojos resoleados bajo el sol de agosto.

Nació fuerte y taheño; creció bárbaro al amparo de una familia de cazadores. Su padre le enseñó a abatir el ciervo desde muy corta edad. Y a poco de la barba adolescente, ya era todo un experto en el arte mayor, en la bronca de taberna y el frecuenteo de malos ambientes.
Pero era un hombre sin doblez que mostraba cuanto tenía mostraba.

Cuando se enamoró de su prima Sofía, se enamoró como cazador que era: se dispuso a cobrarla, se aparejó de todo lo bueno que encontró en los posos de su alma, y logró casarse con ella. Pero en su corazón fue creciendo un amor arrollador por ella.

De su incomprensible unión nació, al año de su casamiento, el pequeño Juan. Él sabía cuánto quería su esposa a su hermano y cómo estaba influenciada por él. Ella se dejó amar y proteger y se cobijó en su carácter pétreo y en su corazón de lobo.

¿Cómo una mujer tan culta y exquisita alcanzó a darle su consentimiento a un hombre como él?
Para el joven sacerdote era un misterio. Pero tal vez la explicación fuera entrevista en el futuro, en los ojos de un ciervo herido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario