lunes, 13 de febrero de 2012

De monstruos y remolinos y del único centro inconmovible

El Espíritu de Vértigo pone todo en movimiento hacia el Maelstrom, de forma que esencias y accidentes sufren la Gran Reducción, cada uno en distanta medida y en distinto grado.

Las especies y su existencia quedaron alteradas, mas no destruídas. Aun conservan la huella de su Creador. Una huella crucificada. Todavía son signos para la razón natural, en sí misma también alterada, más no destruída.

La Caída Originaria: Caribdis succiona las esencias y sus accidentes en distinto grado y en distinta forma.

Es la Gran Reducción que opera en las formas un movimiento constante de fuga y de disminución.

El Monstruo Remolino, Caribdis, al que se enfrentaba el héroe griego, se hace más fuerte en tiempos de vértigo nihilista, que suma fuerzas con él.

Los nuevos seres humanos que pedía el Concilio Vaticano II son los santos, con cuya Gracia operante en obras de Vida plantan cara al Gran Remolino succionador, el Gran Monstruo Devorador de sentido y vaciador de esencias (Χάριβδις significa reductor, vaciador, succionador)

El Vértigo Originario reduce las esencias a un mundo de predación entregado al Caribdis originario, suscitado por la Caída y engendrado por ella.

El centro de este remolino es el pecado.

Pero Cristo nos pone a salvo de él, nos libera del poder succionador del torbellino, nos acoge en la quietud absoluta de su Palabra por la Gracia.

En este remolino sólo Cristo es el Restaurador y Pacificador,

el Logos que devuelve a cada cosa la identidad huída y la hace reposar en su propio ser.

Frente al espíritu vertiginoso suscitado por la Caída y sus leviatanes nihilistas,

la luz de la Palabra eterna e inamovible, perfecta y duradera, que no pasa:

Stabiles estote et inmobiles.

Estad firmes e inconmovibles (1 Cor 15, 58)

En el torbellino de la fuga originaria,

solamente la Gracia nos mantiene en el centro estable e inmutable de todo,

que es Jesucristo.

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