sábado, 18 de febrero de 2012

De confusiones y deseos de servicio

El Señor nos acrisola y va puliendo a base de correcciones y consuelos, castigos y regalos, humillaciones y contentos según lo vamos necesitando.

Es un Padre que entiende de qué madera estamos hechos.

Nos habla suave y dulce al oído, con su palabra penetrante que es Cristo.

Nos habla fuerte y firme, y nos enseña con voz recia nuestro camino, que el Espíritu despeja para nosotros con sus dones, haciéndonos posible el paso y el salto a través de los abrojos, las simas, los obstáculos.

En los momentos de confusión, la mente carnal se pregunta por qué el Señor castiga nuestro deseo ardiente de servirle y nos recluye en el silencio, aparentemente desaprovechándonos.

En los momentos de confusión, el corazón carnal se inquieta ante la ausencia de su mano amorosa, que reprime un abrazo de consolación para hacernos fuertes y darnos el valor que necesitamos.

Y rezamos con el salmista, abrazándonos a los salmos:

"¡Ad te, Domine, confugio.
ne confundar in aeternum!" (Sal 70 Vulg 1)

A Ti, Señor, me acojo,
no sea jamás confundido

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