domingo, 26 de febrero de 2012

De silencio y movimiento

Tras la Caída el ser humano vive sumergido en un vertiginoso Espíritu de Huída, cuyo carácter sonoro es el ruido y la disonancia.

En el arte del mundo caído el silencio es una vía de escape, un alto artificial en el camino de los ruidos y las manchas sonoras.

Porque es un silencio vacío, y no la escucha de una "Presencia a la que se atiende" , (como dice D Javier Sánchez Martínez en un reciente post).

Frente al arte y el silencio caído, el arte y el silencio de la Liturgia Divina.

En la polifonía litúrgica hay silencios que equivalen a bellas consonancias,

y bellas consonancias que cumplen el papel de silencios.

En la Liturgia, belleza y silencio son equivalentes.

La belleza de la consonancia equivale a la paz del silencio porque procede de Dios.

La música clásica de la apostasía sin embargo suena a ruido de maquinaria.

Como la pintura irracional y feísta, que parece ruido plástico.

Es el Espíritu de Vértigo que hunde al hombre Caído en un mundo de disonancias y disarmonías.

Frente a esto, la paz silenciosa y consonante de la Iglesia, que es esencialmente paz litúrgica, el ámbito del silencio y de la consonancia armónica, de la belleza plástica y de la armonía de las formas estéticas.

Lo que el silencio sacro contribuye a conseguir

es a encontrar en Dios un principio de estabilidad,

gracias al cual se detenga en nosotros el vertiginoso espíritu de huída original,

y hallemos la paz de que nos habla la Escritura:

""Aequiesce in Domino, et spera in Eo". (Sal Vulg 36, 7)

Aquiétate en el Señor, y espera en Él.

Un principio de estabilidad:

el único, la Gracia de Nuestro Señor Jesucristo, en cuya cruz el mundo detiene su huída y el ruido se disipa.

Stat crux dum volvitur crucis.

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