lunes, 16 de enero de 2012

De tontos y soberbios y el arte del mundo

Sobrecoge pensar que a Bruckner lo tomaran por tonto. La arquitectura colosal de esos himnos orquestales de alabanza, que son sus sinfonías, contrasta con la humildad de su vida pequeña, desapercibida, insustancial a los ojos del mundo.

Pero, pensándolo bien, ¿qué va a pensar el mundo de un músico que reza frente al órgano, antes de ponerse a tocar? ¿Qué puede pensar el mundo de un artista que pide al Señor le deje penetrar en su Misterio, que le haga compartir su calvario para poder componer?

En sus conciertos abundaban los abucheos y los insultos, como en su vida las mortificaciones.

Tan manso era, que dejaba a sus amigos retocarle las sinfonías, sabiendo él que estaban bien, ¡y tan bien! como estaban. Pero no quería disgustarles. ¡! Y les dejaba hacer y deshacer. Luego se encargaba de corregir las correcciones.

Sobrecoge la soberbia del mundo que nos rodea.

Frente a la grandeza del Arte sublime de otro tiempo, en su humildad,

estremece la pequeñez del arte feísta de hoy, en su soberbia.

Dice Bloy que antaño se hacía un arte verdaderamente grande con medios y recursos muy reducidos.

Pero ahora se hace, en cambio, un arte nimio e insignificante con medios exagerados. Pelagianismo.

Es el arte del siglo, las formas del pecado y de la Ausencia de Dios.

Pues, de un arte del que Dios se ha retirado, como dice Bloy, ¿qué podemos esperar, por grandes que sean los medios de que disponga?

De un hombre humilde, pobre, sencillo, acostumbrado a los insultos y a ser menospreciado,

surge la obra sinfonica más grande de la historia musical.

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