lunes, 16 de enero de 2012

Sobre la gratuidad de la belleza, y del sentido y la función de los diseños maquinales

Sobre la umbela. Lo que incomoda de esta forma es su descarado utilitarismo. Como si la naturaleza pasara por alto la importancia de la belleza. Asimismo, su potencia metafísica. Esos radios concentrados en un punto invocan alguna especie de poder. No es de extrañar que entre las umbelíferas abunden las toxinas.

Es lo que ocurre con los diseños maquinales, repetitivos, utilitaristas. Sólo importa la función que deben realizar. La belleza se convierte en un lujo inútil. No me cabe duda: cuando alguna forma natural evoca diseños maquinales, se encuentra en ellas un efecto del pecado original. El malestar que siento en la contemplación de las umbelas sólo disminuye en aquellas especies que presentan umbelas en las umbelas. Porque en ellas la sensación de maquinismo disminuye, y surge una nueva impresión, la de la gratuidad, la de lo innecesario, el puro arte, como unos fuegos artificiales en la fiesta de la Creación. Por eso me resultan gratas las umbelíferas con umbelas umbeladas, como en la cañaheja (Thapsia villosa, en la foto)

Distinto a esto es el hecho de la existencia en las formas naturales de un sentido, de una razón de ser. Que un órgano tenga un sentido, no implica que sea estrictamente utilitario. La esencia de lo natural es lo gratuito. Los colores de las aves, las formas de las inflorescencias no pueden explicarse únicamente en función de su función.

Porque lo natural es fruto del Amor creador de Dios, y en el Amor hay desborde, sobreabundancia, gratuidad. Como en el arte. La función viene después, con el desorden original.

Sólo el mecanicismo confunde lo gratuito con lo absurdo.

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