domingo, 29 de enero de 2012

De plantas, identidades, demonios, luces y columnas que sujetan el mundo

DE LO VEGETATIVO Y LOS DEMONIOS
Habitan los demonios donde no hay botánicas, en el puro desierto, el exterior como el interior.
La presencia de árboles, plantas y flores nos tranquiliza, hace amable el mundo.
Lo vegetativo es el estrato de la Creación donde en menor medida ha penetrado el mal.
Allá donde avanza la consciencia en las potencias animales proliferan los efectos el pecado.

DE SERES E IDENTIDADES
De lo que un ser humano es capaz cualquiera lo es.
De lo malo, como de lo bueno.
Todos los hombres somos idénticos en cuanto a la naturaleza.
En metafísica clásica se conciben dos identidades del ente:
la identidad del ente consigo mismo, o substancialidad,
--todo ente es idéntico consigo mismo, omne ens est unum secum.
y
la identidad del ente con otros entes como él, o relacionabilidad,
--todo ente es idéntico con otros, omne ens est unum cum aliis, en virtud a esa comunidad de identidades fundada en el ser.

Vivir de acuerdo con nuestra propia naturaleza
es necesario para descubrir lo que somos y no perder nuestra propia identidad.
De esto se encarga la Ley Natural, que mora en la conciencia. Ella nos avisa de los peligros en que podemos caer, nos avisa del principal agente de pérdida de identidad, el pecado

--que siempre es una perversión de nuestra naturaleza herida, un alejarnos antinaturalmente de aquello para lo cual fuimos dotados de un ser y creados con una identidad natural definida.

La Ley Natural también regula
aquello que compromete nuestro ser en las relaciones con los otros, y nos previene de acciones que crean un desorden contra la naturaleza, cuya ejecución borra en nosotros la identidad con el prójimo, nos aleja de la comunión humana, desvirtúa nuestra capacidad para relacionarnos. NOS HACE EXTRAÑOS.

DE FALSA CATEQUÉTICA
Catequesis voluntaristas en que se habla y se habla de valores y valores y valores. tenemos que ser así, tenemos que hacer esto y lo otro, tenemos... tenemos...
El centro que guía esta pastoral es el ser humano: lo que debe sentir, lo que debe hacer, lo que debe pensar, lo que debe...lo que debe....
Sin embargo el lenguaje de la fe, que escuchamos en la Divina Liturgia, nada tiene que ver con esto.
El lenguaje de Cristo nada tiene que ver con esto. El lenguaje de la fe se centra en el Sacrificio redentor de Cristo y nuestra asociación salvífica a él por la Gracia.
El antídoto contra estas catequesis lo ofrece un solo párrafo del CVII:

« al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana, (los cristianos) ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella » Lumen gentium, 11.

Una catequética vrdaderamente luminosa es aquella que está centrada en lo que el Redentor hace por nosotros.
Y lo que hacemos por Él, con Él y en Él.
Como decía un amigo: --es que yo, si no hablo de Cristo, me aburro mortalmente.

DE LA CIUDAD OSCURA Y LA CIUDAD DE LA LUZ
La Liturgia es lámpara del Cielo.
En el lenguaje bíblico-tradicional de la Iglesia, la luz es imagen de la naturaleza divina.
Por ella nos viene la fe, la esperanza y la caridad que nos hacen hijos de la luz, criaturas nuevas, iluminadas e iluminantes.
El pecado es tiniebla.
Pero la Ciudad de Dios, Ciudad Celestial, la Iglesia, es plenamente luminosa por el Espíritu, y en la santidad de sus miembros refulge la luz que procede de ella, Esposa de Cristo.
La Iglesia es luz y en los santos brilla la luz de la Iglesia.

En el libro de la Sabiduría, 17, 2, la Escritura nos muestra el mundo de los que viven en el pecado como un mundo oscuro, tenebroso. De los egipcios, prefiguración de los hombres esclavizados por el mal, dice que

"yacían encadenados en las tinieblas, prisioneros de una larga noche, encerrados bajo sus techos, excluidos de la providencia eterna."


Por el pecado habitamos en el Egipto de la carne, en la Ciudad Oscura, como esclavos que trabajan para el faraón, príncipe de este mundo.


En Lucas 1, 78:79 los Libros Santos nos anuncian a Aquel cuya Luz, presente en el Tabor, iluminará la Ciudad Oscura y liberará a los esclavos de la sombra.

78
gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente,
79
para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte,

En Lucas 16, 8
la Escritura contrapone los hijos de la Ciudad Oscura a los hijos de la luz.
San Agustín describe la historia del ser humano como el desarrollo de dos ciudades. Una se organiza en torno a la luz del Verbo. Otra se está constantemente movimiendo alrededor de las sombras.
La Ciudad oscura está centrada, como dice León Bloy en su diario de 1917, "en el corazón del Abismo".
Pero una ciudad refulge en lo alto del monte, a la vista de todos, en la cima de la Montaña de Dios. Es la Ciudad Celeste, la Ciudad Litúrgica.
Como nos recuerda Bouyer subir a la montaña de Dios es la expresión bíblicotradicional de entrar en la Ciudad celeste, donde Mora la Presencia del Todopoderoso.
Dios llama a Moisés a subir hasta Él subiendo el Horeb, donde se hace presente en forma de nube y fuego devorador. Esa nube y ese fuego devorador son símbolo de la Iglesia.

Cuando, junto a Elías, vuelva al nuevo Horeb, que es Monte Tabor, Moisés contemplará la plenitud de la Divinidad en la persona misma del Verbo Encarnado. Moisés contemplará la plenitud de la Divinidad manifestada en forma de luz en el Cuerpo Transfigurado de Cristo, que es la Iglesia.

LA EXÉGESIS TAMBIÉN GUSTA A LOS DEMONIOS
Opinar que Jesús no es Dios ya sabemos de donde viene. Directamente del Maligno disfrazado de exégeta.
Así, bajo la excusa de moderna exégesis, se anula la razón misma de la Sagrada Escritura: hablarnos del Dios vivo. La Escritura pasa a hablar, sólo, del hombre sin Dios de este siglo, y de lo que le parece conveniente bajo la perspectiva de este mundo.
"Y el Anticristo nos dice entonces, con gran erudición, que una exégesis que lee la Biblia en la perspectiva de la fe en el Dios vivo y, al hacerlo, le escucha, es fundamentalismo". (Jesús de Nazaret, Benedicto XVI)

DE UNA COLUMNA QUE SUJETA EL MUNDO
"La Iglesia, columna y fundamento de la Verdad", 1 Timoteo 3, 15.
Qué enunciado tan claro, rotundo, explícito. Una lectura literal nos debería conducir a afirmarnos en la fe de la Iglesia. Sin embargo, ¿es posible, sin la Iglesia, una lectura literal? La respuesta es no.
Este versículo tan clarísimo lo he encontrado, navegando por la red, interpretado de decenas de maneras distintas.

Cuando hace falta leer literalmente un pasaje, como este caso, la persona no es capaz de hacerlo si no sabe, de antemano, la doctrina verdadera sobre la Iglesia. Es cuando, a priori, conoce la doctrina de la Iglesia sobre la Iglesia, cuando es capaz de leer literalmente, como se merece, este pasaje.

La Iglesia nos enseña cuándo debemos leer literalmente
; cuándo el sentido hace referencia a una verdad que lo sustenta y da sentido; cuándo el pasaje en cuestión hay que leerlo "por analogía con otras verdades de la fe", etc.

En esta pedagogía eclesial de la lectura de la Escritura, los Padres de la Iglesia, sus Doctores, la vida de los santos que hicieron carne la Palabra, es esencial; así como, ante todo, la Liturgia, en que el sentido auténtico de la Escritura se canta, se proclama en la tierra y en el cielo, para mayor gloria de Jesucristo nuestro Señor.

Así, con más razón que nunca, podemos afirmar que la columna y el fundamento de la Verdad es la Iglesia. Porque es la casa de Dios vivo, y donde vive el Dios que habla y pronuncia su Escritura, allí vive el sentido de esa Escritura, y solamente allí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario